Y llegó la lluvia

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Huele a otoño, y no hay nada mejor que pasear admirando los árboles despojados de sus hojas, disfrutando de los nuevos olores y colores que envuelven la ciudad y del frío que vuelve a instalarse entre nosotros calando nuestros huesos. Estación preferida para unos, odiada para otros, desde luego el otoño no deja indiferente a nadie,……hasta que llegan las primeras precipitaciones. Y es que para lo que unos es sinónimo de limpieza y diversión, para otros como nosotros, con EM se convierte en toda una odisea a la que hacer frente.

Y no, no somos Gene Kelly cantando y bailando bajo la lluvia, chapoteando entre los charcos y diciéndole al mundo lo feliz que somos. Al contrario, nuestro rostro se torna en un cabreo constante y generalizado desde el minuto uno, que se prolonga hasta que finaliza la estación de lluvias. Y es que nuestra aventura comienza nada más salir de nuestro portal, invocando a los dioses al grito de Tutatis!! cual galo celta se tratase y pidiendo clemencia para llegar a nuestro destino lo más enteros posible. Aquí es donde ponemos a prueba nuestra paciencia, porque quién dice que la ciudad está hecha para personas con movilidad reducida? Si añadimos a esto la lluvia, el trinomio ciudad-discapacidad-lluvia se traduce en toda una serie de riesgos difícilmente asumibles.
Cada uno de nosotros sabemos y padecemos los obstáculos que tenemos que sortear cada día, para no tropezar y no estampar nuestros huesos sobre el suelo. La gran cantidad de baldosas rotas o mal adheridas en las calles de Madrid, se acrecenta en los días de lluvia provocando resbalones y caídas. En nuestro caso, debemos servirnos de nuestra imaginación e intuición para esquivarlas, pero claro está, no es nada fácil conseguirlo. Para los que solemos llevar muletas o bastones nuestra misión consiste en que nuestros zapatos no patinen y no caigamos en modo “plancha”, deslizándonos a lo largo de la calle arrastrando consigo todo tipo de suciedades. Sin duda, sería una clase magistral de patinaje artístico pero como es lógico, tenemos que utilizar la fuerza de nuestros pies para ir frenando lentamente y evitar las temidas caídas. Vamos, que como no llevemos nuestros zapatos al zapatero y nos pongan unas suelas nuevas olvídate de caminar sobre la lluvia, porque las posibilidades de caer y estrellar tus posaderas en el suelo son infinitas. Sin olvidar, por otra parte, los malabarismos a los que debemos hacer frente si en la otra mano portamos el paraguas. Como tampoco somos Mary Poppins la solución a nuestros problemas consiste en enfundarnos en horrorosos chubasqueros desentonando así del resto de la gente.
Y qué hablar de los que utilizan sillas de ruedas y/o scooter. Para ellos es todo un desafío enfrentarse a lo que se le avecina. Las rampas cuando se mojan, resbalan en exceso así que hay que agarrarse a las barandillas si existen claro, porque lo más probable es que acaben deslizándose sobre la superficie. Lo mismo sucede en las calles de superficie lisas anegadas de agua, que se convierte en una auténtica pista de patinaje llevándose por delante las hojas caídas de los árboles y otros excrementos, además de los problemas que conlleva la entrada de agua en el motor.
En ambos casos, debemos sufrir las consecuencias del continuo ir y venir de coches y furgonetas que pasan por encima de las baldosas, ya que éstas acaban rompiéndose y llenándose de agua, salpicándonos al pasar por encima de ellas y empapándonos por completo. Así que a no ser que lleves toda una muda de reemplazo, las probabilidades de llegar a tu destino calado de pies a cabeza son bastantes altas.
En fin, el dicho de que a mal tiempo, buena cara no es muy apropiada en nuestro caso, pero bienvenidos a la magia del otoño.

Andrómeda

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