El estoicismo predica que vivamos de acuerdo con la naturaleza, que cambiemos lo que se pueda cambiar y aceptemos lo inevitable; que disfrutemos de lo que tenemos en vez de anhelar lo que no tenemos; que cultivemos la fuerza interior; asegurando, además, que todo tiene sentido, aunque lo desconozcamos.
Soy devoto de esta escuela filosófica desde hace mucho tiempo, porque sus pensamientos son claros, sencillos, para recordarlos en momentos de turbación. Es una filosofía que se adapta a los tiempos actuales. Y es filosofía, no autoayuda.
He tomado conciencia de que realmente vivo ahora con mucho más sosiego del que tenía hace tan solo 5 años. Y eso tiene un montón de derivadas positivas, sobre todo considerando que los dos últimos años no han sido especialmente fáciles.
Comencé a trabajar en notarías a los 14 años, y a lo largo de los años fui ascendiendo en todas las categorías hasta llegar a la de oficial primero, pero nunca pasó por mi cabeza tener que dejar de trabajar 5 años antes de cuando me correspondía jubilarme, debido a un fuerte brote que dejó paralizadas mis piernas.
Afortunadamente me recuperé gracias al tratamiento médico y a mi fisioterapeuta; y, desde que me dieron la incapacidad absoluta, estoy más tranquilo, más relajado, hago las cosas a mi ritmo, y procuro disfrutar más de las cosas, me relaciono con gente que está igual o peor que yo, en el club de los escleróticos disfrutones, me mantengo en contacto con mis compañeros de notaría dirigiendo la revista de la asociación y haciendo algún que otro artículo; he pintado un nuevo lienzo, en fin, que cambio lo que puedo cambiar y acepto lo inevitable. Esta máxima del pensamiento estoico y otras similares se repiten hoy como un mantra en multitud de libros, blogs, cursos o canales de YouTube. Esta corriente filosófica a mí me ayuda en mi día a día.
No es estoico venirse abajo cuando tienes un fuerte brote. Es estoico aceptar un diagnóstico preocupante con serenidad y hacer acopio de coraje para enfrentarse a la enfermedad, porque eso sí depende de uno mismo. Intento saborear los momentos que la vida me ofrece, aumentando mi bienestar y el de las personas con las que me relaciono.
Una de mis citas favoritas de Epicteto ejemplifica la practicidad del estoicismo: ‘La muerte es necesaria y no se puede evitar”.
La vida, para todo el mundo, es una enfermedad degenerativa e irreversible, y lo digo sin desesperación, más bien con serenidad, y ante esto tenemos siempre dos opciones: vivir la vida o esperar a la muerte. ver pasar los trenes o viajar en los trenes. ¿Acción o resignación?
Por todo lo anterior, no me resigno a dejar atrás todo aquello que es la sal de la vida: el deseo, los viajes, la lectura de buenos libros, la vida familiar (sobre todo viendo cómo crece mi recién llegado nieto), y sobre todo compartir nuevas y reconfortantes amistades.
Tengo 61 años, espero que la ciencia siga avanzando y nos haga la vida más fácil con la inteligencia artificial.
Mañana será otro día. Sólo se crece si se vive con la consciencia de estar vivo y cada día es un estreno para mí, igual de nuevo, desconocido, misterioso, lleno de posibilidades. Los demógrafos calculan que en 2050 o 2060 habrá más sexagenarios que veinteañeros, pero es verdad que, en el fondo, cuando pasas de los 50, cada década adicional hace que me sienta más cerca de la guillotina, pero espero seguir cumpliendo años y morir joven lo más tarde posible.
Miguel Ángel Bueno