Michael Petrucciani. Un «pequeño» gran hombre

Genialidad y discapacidad

F42A6EB6-1F10-4D85-AAF4-493EA7711CECDesconocido para la gran mayoría y aquejado de osteogénesis imperfecta o enfermedad de los «huesos de cristal» es uno de los grandes pianistas de jazz contemporáneos.

Michael Petrucciani, -Petruche- como era conocido en su círculo más íntimo, nace en Orange, al sur de Francia en 1962 con una afección congénita degenerativa que hacía que sus huesos malformados y débiles con la más mínima presión se rompieran. De hecho nació con todos los huesos rotos.
Esta enfermedad está producida por una deficiencia congénita en la elaboración de una proteína, el colágeno tipo I.
Era incapaz de caminar. Siempre iba acompañado de sus pequeñas muletas cuando se subía a un escenario. Nunca superó el metro de altura y a lo largo de los 36 años en los que vivió sufrió de terribles dolores. Esta enfermedad no tiene nada que ver con el enanismo. Su hijo único Alexander también heredó esta enfermedad.

Esta discapacidad no le impide llevar una vida plena con humor, diversión y una música extraordinaria. El destino le «compensa» con una personalidad carismática y un talento arrollador para la música, que hizo que las mujeres se enamorasen perdidamente de él.
A lo largo de su vida se casó tres veces. Pero el egoísmo y la soberbia forman parte también de su personalidad.
La vida de este genio nos demuestra que «nada» impide llevar una vida plena a una persona. Era de los «grandes» ; aquellos que tienen la capacidad de sentir y regalar a los demás parte de ese sentimiento a través de la música. Cuando tocaba el piano su música te transportaba a un universo paralelo donde no existían ni el dolor ni la discapacidad…

Su familia se dedica al jazz de forma profesional. Crece con la música de Art Tatum y Miles Davis. A los cuatro años vio en la televisión a Duke Ellington tocando el piano e inmediatamente pidió uno. Sus padres le regalaron uno de juguete y lo rompió con un martillo.
Le compraron uno de verdad y se convirtió en un niño prodigio.
Recibió formación de música clásica.Pero siguiendo la tradición familiar, el jazz lo ocupó todo.

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Debutó a los 13 años en un festival local con el trompetista norteamericano Clark Terry destacando como un formidable improvisador. La crítica dijo de él en este festival que sonaba «como un negro cansado de la vida y perdido en algún bar de Mexico».
No tardó en ir a París donde grabó 5 discos entre 1981 y 1987, incluyendo el clásico «Toot Sweet» con el saxofónista Lee Konitz.
A los 18 años se marcha a la Costa Oeste de Estados Unidos. Francia se le quedaba pequeña. Como no podía andar, no aprendió a andar con muletas hasta los 25 años, convenció a un amigo para irse con él.
Fue su introducción en el mundo real del jazz. Junto con el legendario saxofonista Keith Jarreth empezó a realizar giras por todo el mundo.
En los años 80 del pasado siglo Nueva York era el paraíso del jazz. Allí siguió su fulgurante carrera grabando discos en la mítica discográfica Blue Note Records, siéndo el primer artísta no americano en hacerlo («100 hearts», 1983 y el mítico albúm «Promenade with Duke», 1985 ; su homenaje en solitario a Duke Elligton) y tocando en los clubes con los más grandes, como Dizzy Gillespie.
Cansado de los excesos de la vida en Nueva York vuelve a Francia, se enamora y es padre. Su vuelta a Francia coincide con el mejor período musical de su vida. Sus discos se vendían como «churros» y toca para decenas de miles de personas por todo en mundo. Su enfermedad se hacía sentir por el ritmo frenético de las giras. (Un total de 220 en 1998).
Los médicos le dijeron que bajara el ritmo. Su respuesta fue : «Ya he vivido más que Charlie Parker y eso no está mal». Charlie Parker era uno de los «gigantes del jazz»; el mejor saxofonista de todos los tiempos era adicto a la heroína casi desde su adolescencia y muchos músicos le limitaban con la convicción de que así podrían elevar su calidad musical.
Extenuado por el trabajo y su mala salud en Nueva York coge una pulmonía en 1998. Fallece en enero de 1999. Tenía 36 años.
Sus restos descansan en el cementerio Père Lachaise de París junto a Chopin.

«Salía al escenario apoyado en unas diminutas muletas y se encaramaba a la banqueta con un esfuerzo que parecía dolerle más a la audiencia que a él. Pero una vez sentado lo dominaba todo con unas manos centelleantes -la naturaleza no las dañó- y una mente sencillamente privilegiada. Cuando se le escuchaba tocar una música densa y profunda, inspirada en el jazz más auténtico de los esclavos negros en las plantaciones de algodón
pero con acordes de color de los impresionistas franceses y con los destellos luminosos de la samba, se tenía la impresión de estar asistiendo a un milagro sonoro, de estar viendo a un titán burlando por completo a sus limitaciones físicas(…)
La última vez que estuvo en España fue en noviembre de 1998. En Madrid en un estremecedor concierto en el Auditorio Nacional tocó «bésame mucho» que sonaba a caricia. Lástima que fue de despedida».
(Federico Gónzalez, en EL PAIS, 7 enero de 1999, tras la muerte de Michael).

Hay un documental de 2011, de Michael Radford el director de «1984» y «El Cartero de Neruda» sumamente interesante. Se titula Michael Petrucciani.

Carmen López

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