Incendios

Incendios aterriza en el Teatro de la Abadía por tercer año consecutivo (7 de Septiembre-8 de Octubre) tras una larga gira por toda España y que tantos carteles de no hay entradas le reportó la temporada pasada.

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Escrita por Wajdi Mouawad y dirigida por Mario Gas es una de las obras más importantes del siglo XXI, tres horas de duración de pura emoción, de puro teatro. Esta vez cuenta con parte del elenco renovado (encabezado por la magistral Nuria Espert) y algunos toques de puesta en escena diferentes pero la esencia es la misma, una obra que no va a dejar indiferente a nadie y que como las tragedias griegas, nunca dejarán de estar de actualidad, porque nos habla de los sentimientos que, como seres humanos, sentimos y padecemos.

El pasado domingo acudí al teatro a ver esta función tras leer las excelentes críticas que recibió la pasada temporada. Todo arranca con la lectura del testamento de Nawal, una mujer de origen libanés muerta en Québec, aunque en este montaje no hay especificaciones geográficas concretas. Entre las pertenencias legadas a sus dos hijos gemelos, Jeanne y Simón que reniegan de su madre, el notario les entrega un cuaderno rojo, una chaqueta verde con el número 72 a la espalda y dos sobres que habrán de entregar a su padre, al que suponían muerto, y un hermano cuya existencia ignoraban. Así comienza un viaje a un pasado desconocido, una vuelta a sus orígenes, a las fuentes terribles del horror y de la vida. La gran dama del teatro por excelencia Nuria Espert pone voz y alma a la tragedia de esa mujer que relata Incendios, acompañada por un reparto de siete actores (Laia Marull, Jose Luis Alcobendas, Carlos Martos, Candela Serrat, Alberto Iglesias, Germán Torres y Lucía Barrado) que dan vida a 23 personajes. A lo largo de tres intensas y emocionantes horas se compone un drama universal, se retrata el conflicto del ser humano frente a las religiones, las tierras y las razas.
Desde el primer momento supe que, sobre el escenario, se iba a mascar la tragedia, una tragedia que se desarrolló poco a poco, y que la cuidada línea narrativa te iba llevando, de manera magistral, hasta el final.
Es un montaje en el que se suceden las escenas sin interrupción y de manera simultánea en los distintos tiempos, viaja del presente al pasado, en los tres espacios que conforman la escenografía, muy sencilla, minimalista y con poquísimos elementos pero perfectos. Una gran pared central, oscura, en la que se van reflejando imágenes audiovisuales (muy duras, con mucha fuerza), una puerta, un par de tumbas escondidas, unas cajas y un suelo negro, junto a los otros dos escenarios de tierra. Todo evoca y se inspira en las guerras del Líbano, lugar de nacimiento del autor, pero el horror está en todas partes.
A medida que la obra avanzaba veía retazos de la tragedia griega, a punto de destapar la caja de Pandora y pude sentir la rabia, el odio, el rencor, el amor, la incomprensión, la locura, y el perdón. El autor ha sabido plasmar todos esos elementos de una manera sublime y eso se palpa desde la segunda escena.
En la primera parte del montaje todo empieza en el despacho del notario, los dos gemelos, Jeanne y Simón, asisten a la apertura del testamento de su madre, Nawal. Cuando se quedan solos, la gemela intenta hacer entender a su hermano (boxeador amateur al que no le gustan los líos), algunas cosas esenciales para sus vidas, en una improvisada clase de matemáticas y grafos. Una vez que conoce el testamento decide abandonar su doctorado y dedicarse a la búsqueda de su otro hermano mayor. Todo discurre en 2002, pero los flashbacks son permanentes a lo largo del montaje.
Entre el comienzo de la trama y el final, discurre un cuarto de siglo, tiempo en el que Nawal no cesa de buscar al hijo que le arrebatan al poco de nacer. La acción se traslada ahora a un museo que antes había sido una prisión. El núcleo del museo está en torno a una celda, la número 7, en donde había estado la presa número 72, ‘la mujer que canta’, la propia Nawal, que acaba siendo torturada y violada por Abu Tarek, un hombre de guerra que convierten a cualquiera en una máquina de matar, en un carnicero despiadado y cruel…

Es una obra magnífica en todos los sentidos, una obra de las que se te quedan para siempre en tu memoria y retina sabes que jamás la podrás olvidar porque Incendios es TEATRO en el más puro sentido de la palabra porque transmite, emociona y hace pensar. Como dice, la propia Nawal con esa voz rota y con fuerza de Nuria Espert, “aprende a leer”, “aprende a escribir”, “aprende a hablar” y “aprender a pensar”. Son las armas más poderosas con las que cuenta “Incendios.
No quisiera terminar sin destacar el papel de Laia Marull, que interpreta a la joven Nawal y que nos deja un magnífico sabor de boca por su nivel interpretativo ni tampoco de Nuria Espert que se transforma en varios personajes y a todos le da su sello personal, pero, sobre todo, realiza una interpretación magistral cuando interpreta a Nawal en el juicio y se enfrenta a su carcelero y verdugo y que conmueve hasta lo más profundo del espectador.

Las dos salas de La Abadía están adaptadas para personas con movilidad reducida. En el momento de adquirir la localidad es preciso comunicarlo al personal de taquilla con el fin de garantizar su comodidad.
No dejéis de acudir a ver esta maravillosa obra, todavía estáis a tiempo os la recomiendo por su bellísima poesía, porque es un canto a la libertad, al amor, a la fraternidad de los pueblos y porque incendia los más instintos dramas del ser humano.
Andrómeda

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