Con la verticalidad perdida

img_0504De pequeños, a todos nos han enseñado lo que es la verticalidad y la horizontalidad. Todavía sonrío cuando recuerdo los puntos negativos que me colocaba mi profesor de dibujo cuando me pedía hacer una lámina en horizontal y yo la hacía en vertical. No por rebeldía –ya me hubiese gustado- sino porque para mí lo vertical era más real que lo horizontal. Incluso cuando hacía dibujo artístico, y lo de artístico era muy discutible viniendo de mi, dibujaba el mar y lo hacía con el papel en vertical, con la consiguiente desesperación de mi profesor que me hablaba de la línea del horizonte, pero para mí esa línea, en mi mente, era diferente.

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Pasaron los años y olvidé mis problemas con el dibujo y mi mal posicionamiento con los papeles, hasta que comencé a trabajar con personas con Esclerosis Múltiple y de nuevo la verticalidad comenzó a ser importante en mi vida.
Antes de seguir me presento, soy Sandra García, soy psicóloga y es curioso, hoy que me he puesto a escribir sin saber muy bien de qué iba a hablar, me he acordado de mis años de dibujante sin horizonte y eso me ha llevado a querer hablar sobre algo que he trabajado durante tantos años en mi práctica clínica con pacientes con E.M., la aceptación de la pérdida de la verticalidad que a veces, y remarco el “a veces”, conlleva esta enfermedad.
Todos conocemos a compañeros que necesitan una silla de ruedas para desplazarse, y todos hemos pensado el proceso psicológico – a veces muy difícil- por el que ha pasado esa persona hasta aceptar la silla de ruedas como un elemento más en su vida, como una extensión de su cuerpo, como su medio para poder desplazarse. Pero creo que pocas personas piensan en lo que significa perder la visión de la vida desde la verticalidad del propio cuerpo. No hablar con los demás a la misma altura, no equiparar mi línea ocular a los ojos de la otra persona, tener una visión más cercana al suelo y no distinguir a veces bien la línea del horizonte porque está demasiado alta para poder verla. Muchas veces he pensado, que la falta de sueños que he observado en pacientes con esta verticalidad perdida, tiene que ver con la dificultad física para poder distinguir bien la línea del horizonte, aunque este sería motivo y tema para otro post.
En nuestra sociedad lo vertical cobra una importancia fundamental. El hombre se ha pasado su existencia construyendo grandes edificios que se dirigieran al cielo. En el skyline madrileño sobresalen con fuerza esas cuatro imponentes Torres del final de la Castellana, de una verticalidad insultante.
La creación de la vida pasa por la verticalidad del miembro masculino frente a la horizontalidad de la genialidad femenina. En la cocina moderna se apuesta por platos de una altura bien distribuida. Las empresas están “verticalizadas“, de tal manera que los de arriba concentran todo el poder y toman las decisiones, y casi podríamos decir lo mismo del mundo entero. Vivimos en un mundo vertical en el que perder esa seña de identidad puede hacer que toda tu vida se tambalee, porque nos han enseñado que así debe ser y cuando se comienzan a tener síntomas de que nuestra verticalidad se puede ver comprometida, comienzan a menudo serios problemas psicológicos que pueden conducirnos a una profunda depresión o/y a serios trastornos de ansiedad.
Yo he presumido toda mi vida de haber aprendido gran parte de lo que sé de mis pacientes y siempre recordaré frases, pensamientos, emociones que ellos me han expresado en un momento determinado de la terapia, que me han marcado de por vida y me han hecho reflexionar y cambiar mi enfoque. Sebas, un chico de 41 años que se había aferrado durante años a su muleta como un náufrago a un tablón de madera y que veía que el momento de utilizar una silla se acercaba, me dijo un día:
“Sandra, si te soy sincero, no me importa sentarme en una silla, sé que el día que la utilice voy a descansar, no imaginas lo difícil que es sonreír sujetando esta muleta que cada vez me sostiene menos y me pesa más. A mí no me importa mucho sentarme en una silla de ruedas, hace tiempo que sé que iba a pasar, pero ¿Sabes lo que realmente me enfada? ¿Sabes lo que me duele? Que he sido comercial, me he pasado la vida convenciendo a los demás de que compraran lo que yo vendía, y aprendí a hacerlo con todo mi cuerpo. Yo soy alto y esa altura me servía para convencer, para dominar y ahora que pierdo la verticalidad de mi cuerpo, pierdo mi gran arma, mi forma de convencer, mi visión de la vida y eso… Eso sí que no sé cómo procesarlo.
Pensarás posiblemente que estoy loco, pero no poder andar no es lo que me importa, lo que me entristece es que pierdo la única visión del mundo que he conocido y ahora tengo que fabricarme un mundo donde mi visión ya no es más alta que la de los demás y para eso me tienes que ayudar”…

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Esta conversación cambió mi enfoque profesional de por vida. Entendí que la silla de ruedas no era lo más difícil de aceptar, había algo mucho más profundo. Las personas con las que trabajaba, a las que intentaba ayudar desde mi campo de la psicología, a lo que se enfrentaban era a la aceptación de una nueva visión de vida, forzada en gran medida por la pérdida de algo tan elemental como la verticalidad de un cuerpo que ya no obedece como quisiéramos. Algo tan básico como que nuestro cuerpo no haga un ángulo recto con el suelo, no sentir como nuestras piernas sujetan nuestro cuerpo, o mirarnos a un espejo para comprobar cómo nos queda una prenda de ropa y que ese espejo nos devuelva una imagen diferente, nos hace perder la visión de nosotros mismos y si no la recuperamos, podremos perder la base misma de nuestra existencia.

Gracias Sebas por haber cambiado profundamente mi visión de la discapacidad y de la Esclerosis Múltiple. A raíz de nuestras conversaciones, la verticalidad en mi vida volvió a ser protagonista y todavía cuando dibujo soy incapaz de colocar un papel de manera horizontal, y sonrío y tus maravillosos ojos verdes,llenos de sabiduría vienen a mi mente.

Sandra García Vázquez
(Psicóloga vertical).

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