Cuando la canícula pesa sobre nuestras espaldas y en ciudades como Madrid vivimos los abrasadores 40°, muchos somos los que nos planteamos huir a parajes más frescos, buscando la forma de poner freno a esa combinación temible de esclerosis múltiple y calor que impone en nuestro cuerpo una fatiga demoledora.
Este año yo he optado por hacer mi personal escapada a Santander y el objetivo de este post es compartir con vosotros mi particular experiencia de búsqueda de accesibilidad para disfrutar de las vacaciones.
Cuando entramos en la fase de viajar en silla de ruedas se acabó la improvisación, y hay que meditar antes de decidir a dónde y cómo ir. Creo que hay tres elementos fundamentales a la hora de optar por uno u otro destino. En primer lugar las ganas, nadie puede afrontar un viaje de vacaciones con una actitud negativa, sobre todo, cuando sabe a ciencia cierta a priori que las limitaciones te van acompañar en el viaje. Por eso, el primer ingrediente para el triunfo es una buena sonrisa y las ganas de pasarlo bien.
El segundo elemento imprescindible, desde mi punto de vista, es una buena compañía. Alguien que te de la seguridad de que en caso de tener alguna complicación va a estar a tu lado sin importarle nada más y que va a compartir contigo las ganas de pasarlo bien y descubrir nuevos entornos.
Por último, como decía al principio, hay que tener una capacidad previa de planificación para evitar sorpresas.
Buscando el norte
En esta ocasión, he optado por Santander porque me garantizaba un tiempo más benévolo y porque estaba cansada de ver por mis ventanas ese amarillo hostil de la llanura castellana en verano. Alternativas para el viaje hay muchas, se puede optar por el autocar, el tren, alquilar un coche adaptado… Esta vez yo he elegido el tren, la verdad es que me siento muy cómoda viajando con la ayuda de Atendo y el viaje a Santander se hace de lo más llevadero.
En el destino he elegido alquilar un apartahotel porque permite descansar cuando se necesita. Yo por ejemplo, cada mañana, me levanto con un alto grado de espasticidad por lo que mis tiempos son muy lentos y necesito desayunar tranquilamente en la intimidad antes de enfrentar grandes retos sociales.
Como no pretendo narrar un cuento de hadas, aunque el optimismo sea una de mis características, debo reconocer que el primer día fue terrible porque mi cuerpo no asumió excesivamente bien el cambio de los 40 a los 20° y una alteración de la humedad en el ambiente de cero a 100. El apartahotel me permitió sobrellevar esa primera tarde aciaga, en la que mi cerebro no conseguía comunicarse con ninguna parte de mi cuerpo. Es lo que hay, no vale ocultarlo. Pero el segundo día mis limitaciones volvieron a ser las de siempre, con las que convivo normalmente y manejo.
Rodando por un paisaje sublime
A partir del segundo día, mi hermana y yo, empezamos a recorrer una ciudad maravillosa, con unos paisajes increíbles y con una gastronomía a prueba de los apetitos más selectos.
Santander es una ciudad reinventada recientemente, ya que en 1941 sufrió un incendio que destruyó todo el centro histórico. Como consecuencia no es una ciudad rica en patrimonio, pero es maravillosamente llana para poderse mover en silla de ruedas (siempre que no abandones el centro de la ciudad porque el resto está construido sobre montañas).
Santander es un rincón para dejarse llevar, para disfrutar de una montaña que llega hasta el mar, formando enclaves prodigiosos, para deambular por calles muy vivas y, sobre todo, para disfrutar sin prisas de cada rincón.
Personalmente, recomiendo acercarse al Museo prehistórico y al marítimo, dos enclaves francamente interesantes y totalmente accesibles. Además, la catedral tiene una distribución muy curiosa y merece la pena ser visitada aunque su valor artístico es limitado. Dispone de un montacargas que permite acceder a su interior evitando las escaleras. Y, por supuesto, no os podéis olvidar del palacio de la Magdalena un maravilloso refugio de los Reyes donado por el pueblo de Santander. Me quedé sin ver la Biblioteca y casa-museo de Menéndez Pelayo , donde era imposible acceder en silla.
En cuanto a las playas, debo reconocer que no he conseguido bañarme, pero no por problemas de accesibilidad sino de frío, que en esta tierra limita bastante el baño. Sin embargo, si tenéis más suerte en cuanto al clima, la conocida como Playa de los Peligros está completamente adaptada y cuenta con personal de la Cruz Roja que te facilita el baño. Además, en todas las playas de la zona de El Sardinero, te acercan con un vehículo hasta el mar para atravesar la inmensa playa sin necesidad de andar.
Si os gusta ir de tapeo por el centro de la ciudad, esta localidad disfruta de una amplia oferta. En este caso y como siempre, el gran problema es el acceso a los bares, es más fácil quedarse en las terrazas y os recomiendo que utilicéis el servicio público adaptado que está en el Mercado del Este, muy céntrico y cómodo para evitar urgencias en los bares. Además, el barrio pesquero ofrece algunos locales estupendos para disfrutar de una buena mariscada a un precio razonable.
¿Y por qué no?
En este texto no pretendo ser rigurosa sobre lo que podéis disfrutar o ver en Santander, sólo pretendo compartir mi experiencia para demostrar que es posible salir de nuestra ciudad para disfrutar de otros entornos cuando llegan estos días de calor extremo.
Os invito a que compartáis con nosotros vuestras experiencias de verano, tenemos que potenciar entre todos el ocio activo Y, sobre todo, demostrar en el mundo como siempre decimos que “la silla de ruedas la llevamos en el culo y no en la cabeza”.
Esperamos vuestras aportaciones en yyoconestosnervios@gmail.com
Feliz verano a todos
Cris Bajo